Soy un adicto a las almejas. Ejemplo de encadenamiento de orgasmos orales

Vascongadas, EspañaRecuerdo que hace unos diez años, un antiguo compañero de trabajo que rondaba la cuarentena, me sorprendió un día con una frase que no podía creer. Me perdonarán la chabacana expresión, pero es literal. Me dijo: “A mí no me gusta comer coños”. Desde ese día lo he pensado muchas veces, y he seguido sin creerme que hubiese gente con tan mal gusto como el pollo aquél. Pero tiene que haber de todo en la Viña de El Señor, un ejemplo de cada una de las posibilidades, quizá en su caso debido a una educación rígida, propia de un padre militar de baja graduación.

Pero me equivocaba. Recientemente, un amiguete de menos de treinta, por lo tanto de otra época, con otra educación y otras influencias sociales, me espetó, para mi estupefacción, la misma frase. Ellos se lo pierden, los pobres. Yo me confieso adicto irredento a las almejas. No hay nada igual a una exquisita y fragante almejita, por supuesto limpia pero con su aroma natural. Para mí lo ideal es que esté limpia de hace unas horas, detesto los chochitos que no huelen a nada o peor aún, detesto casi tanto la peste de los sucios como los que huelen a jabón. Los apestosos me bajan la libido (palabra llana, por lo tanto sin tilde en la segunda “i”) hasta la Fosa de las Marianas, mientras que los que huelen a perfume o a jabón me dejan absolutamente frío; éstos son como comerse con ketchup un insuperable chuletón de buey de una sidrería de Usúrbil o Astigarraga, muy cerca de San Sebastián, en mi Guipúzcoa natal. O ya puestos, como destrozar un plato de las igualmente insuperables almejas de Carril, en Pontevedra, poniéndoles mayonesa. ¿Y qué me dicen de unos mejillones de Lorbé, en Coruña? ¿A que tienen buena pinta? Jejeje.

Bueno, dejémonos de prolegómenos y vayamos al turrón. Como vimos en esta entrada precedente, a una de las nuevas cienorgásmicas que estoy entrenando le chifla que apoye la punta de la lengua en un lateral entre los labios interno y externo, y fue precisamente ése el escenario del primer encadenamiento de orgasmo mediante método oral (en el apartado “Manual de Cienorgasmología” está toda la información sobre sexo oral) que he conseguido hacerle.

 

¿Cómo lo hice?

Una vez terminado su orgasmo manipulando esa zona, mientras contemplaba desde mi posición entre sus muslos cómo los espasmos post orgásmicos estremecían su cuerpo y su mente de placer, mantuve la punta de mi lengua en el mismo sitio y con una presión inmutable, inmóvil durante un momento, observando sus expresiones de placer, sus reacciones a esos espasmos entremezclados con el placer que le proporcionaba la presión constante.

Esta presión constituía para ella una sorpresa, debía estar esperando que la dejase descansar o disfrutar un rato de los espasmos, y cuando observé en su rostro la expresión de agradable extrañeza, comprendí dos cosas:

- La primera es que le estaba gustando, claro indicio para mí de que iba en la buena dirección, que no ocurría lo contrario, lo que me hubiese obligado a cambiar la estrategia.

- La segunda es que estaba sorprendida, es decir, que había conseguido atrapar su mente (véanse los capítulos del manual dedicados al atrapamiento de la mente de la mujer), llevar su atención por donde yo quería.

El cóctel no podía haber resultado mejor. Empecé a mover la punta de mi lengua, manteniendo una presión elevada pero no excesiva, de arriba a abajo, un par de centímetros o a lo sumo tres en cada sentido, de forma repetida, sin salirme de esa estrecha franja, con movimiento lento y uniforme. ¿Repetida? Sí, repetida. Siempre advierto que no se deben repetir movimientos más de dos o tres veces, porque la repetición hace que el siguiente movimiento sea previsible para la mujer, con el consabido riesgo de que su mente se distraiga y arruine nuestras intenciones, pero como en todo, existen excepciones.

La excepción es la repetición consciente, es decir, cuando uno mueve lo que sea, en este caso la lengua, con consciencia plena en cada milímetro del movimiento. Es decir, en cada milímetro de movimiento de la lengua uno debe estar atento a la información que transmite el rostro y el resto del cuerpo de la mujer. Si la intención del ejecutante es firme porque dispone de la suficiente seguridad en su habilidad que les ha proporcionado el entrenamiento a ambos –varios meses en nuestro caso–, si está sólidamente determinado a provocar el efecto que ha planeado y observa en la mujer en cada instante ese efecto placentero buscado, puede repetir sin miedo cualquier movimiento –insisto, con consciencia plena en cada instante–, y, como en mi caso, encadenar –aunque esto vale también para provocar orgasmos no encadenados–en segundos un nuevo orgasmo, para agradable sorpresa de nuestra partner.       

Así que me limité a repetir el movimiento en ese particular Punto G media docena de veces mientras observaba atento que su expresión era coherente con mi intención y mi acción, y el resultado fue contemplar más que satisfecho su cara, su expresión de sorpresa y de inmenso placer hasta que el desencadenamiento de su enésimo orgasmo y la aceleración del ritmo lingual le obligó a cerrar los ojos, abandonada al torrente de disfrute máximo que inundaba su cuerpo y su mente.






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