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La sexualidad a los cincuenta años (1)


Los cincuenta años son una edad estupenda pero crítica. Además de que es ya casi totalmente descartable vivir otros tantos, la cantidad de experiencias vividas ya hace que cualquiera, nueva o no, nos seduzca menos que años atrás. Todo es menos excitante. Todo es más tenue, para mal y para bien, salvo la consciencia de la muerte, que lógicamente en estas edades a partir de los 40 está más presente, en algunas épocas demasiado y demasiado abrumadora y apesadumbradoramente, hasta que pillas la sintonía de Jesucristo y empiezas a surfear la vida sobre la ola que te va generando.

Si te has mantenido en buena forma hay que tener cuidado, porque (y esto lo he contrastado con amigos y famosos) estamos tan fuertes, rápidos, flexibles... como a los 25 ó 30 años, pero el cuerpo no tiene la misma capacidad de regeneración, por lo que es fácil lesionarse severamente, como ha sido mi caso, y sin expectativas ya de recuperación plena aunque casi casi, algo con lo que hay que cargar el resto de la vida con resignación cristiana, hasta que uno se acostumbra a los crujidos articulares y cosas así.

En cuanto a la práctica sexual —la cópula sexual que es posible sólo en el ámbito normosexual— después de los cincuenta años, también se producen cambios, pero no demasiado significativos, de los cuales voy a hablar a continuación para contribuir a tranquilizar a algún varón como yo y que esté en una circunstancia similar a la mía.

Sexo y mentiras farmacéuticas

Qué placentero resulta que a uno le den la razón, ¿verdad?. Sobre todo cuando son los hechos quienes nos premian con su reconocimiento. Recordarán algunos que los postulados fundamentales de la Cienorgasmología obtuvieron una sólida confirmación científica, lo que despejaba las dudas sobre la credibilidad de más de uno, incluido yo mismo; pero hoy tenemos algo más. 

Resulta que el periodista Ray Moynihan afirma que "A mujeres sanas con poco deseo sexual les hacen creer que tienen un problema de salud y les venden medicinas", algo de lo que ya hablamos aquí, aquí y aquí, desde distintas e interesantes perspectivas; o cuando alertamos sobre los peligros de los cachivaches sexuales: consoladores (ahora quieren que les llamemos dildos) y otros juguetes, cremas, potenciadores del orgasmo, estimulantes, etc.

Con mucho sentido común -aunque exagerando seguramente- nos advierte que: "los clientes objetivos de las farmacéuticas son las personas sanas, no las enfermas"; lo que podemos hacer una vez más extensivo a nuestro ámbito de la sexualidad para recordar que el orgasmo está en el cerebro, y no en los genitales. Emplear analgésicos para eliminar dolores recurrentes sin consultarlo con el médico no elimina el problema, sino que oculta el síntoma, poniéndonos en riesgo de no atajar a tiempo alguna enfermedad grave. Igualmente, emplear cualquier instrumento o accesorio para lograr un goce que no se alcanza por medios naturales es una condena a la inhabilidad permanente.


La ausencia de deseo que ocurre al margen de patologías reales -no imaginarias- es normal en los cónyuges en determinados periodos, fundamentalmente dos o tres años después de iniciada la relación, en los alrededores del embarazo y el parto, durante la menopausia, en periodos de estrés intenso, o simplemente porque cuando ya se ha tenido descendencia la naturaleza ya no te presiona con tanta fuerza para que te reproduzcas.

Aceptar esta realidad es un síntoma de madurez y de cordura, lo que no quita, desde luego, para que pongamos de nuestra parte todo el esfuerzo -pequeño y placentero- que exige la Cienorgasmología para que el placer obtenido en los contactos sexuales se incremente exponencialmente. Por el contrario, no aceptar la realidad indica un pensamiento inmaduro, y nos condena a la frustración de las hipertrofiadas expectativas que tendemos a depositar sobre el sexo. 

Noticia original aquí.



   

¿Somos menos machos (en junio)?

Según se desprende del estudio citado aquí, la masculinidad parece correr peligro. 

Quizá sea adaptativo para la especie humana que los varones lo seamos cada vez menos, o quizá este descenso de la masculinidad simplemente refleje que no está de moda. 

Atrás quedaron aquellos años de preeminencia del macho como modelo y objeto de deseo con respecto a los blandengues barbilampiños, hasta el punto de que ahora sex symbols de pelo en pecho como Indiana Jones y el resto de los mortales hemos tenido que someternos a crueldades sin límite para adaptarnos a las nuevas tendencias. Al respecto de esto conviene recordar por si a alguno le viene bien o le ocurre lo mismo, lo que ya hace tiempo comentamos sobre las pérdidas temporales de deseo sexual. Causualmente hace justo un año me ocurrió lo mismo que acabo de vivir estas dos pasadas semanas: ni rastro de deseo sexual (Ni de escribir, me diréis con toda la razón). ¿Os ha pasado a los demás también? ¿habéis tenido que echar mano de vuestro arsenal de recursos mentales para no sentiros mal ante los infructuosos requerimientos de vuestras respectivas churris?. Yo, como siempre, me lo he tomado con humor y he contribuido a que ella lo viviera igual, y la he mantenido satisfecha con toques orales y manuales relámpago de esos con los que me sigo maravillando de lograr producir orgasmos en un segundo simplemente jugando con un pezón por encima de la ropa. Y mientras tanto, afortunadamente, mi libido ha vuelto a la normalidad. Parece que no hay riesgo testosterónico. Sigo siendo un machote, ¡Uf!. Pero sigo sin entenderlo, sobre todo porque parece evidente que en verano solemos estar más dispuestos a la actividad sexual. Si supiera algo de astrología podría analizar por qué justo me pasa esto en junio y no en febrero con el frío que hace, pero como no tengo ni idea, espero que alguno me explique con alguna razón consistente qué es lo que me baja el entusiasmo en estas fechas. 




Estrategias para superar la crisis... de deseo


Al hilo del post anterior, vamos a reflexionar en este sobre las estrategias para compensar o superar las crisis de deseo sexual −porque mejorar la económica con esta panda de malvados e incompetentes, como dice Le Monde, es pura utopía− Un asunto este particularmente importante en parejas consolidadas porque genera sentimientos displacenteros a la hora de irse a la cama que se confunden con la ausencia de amor. Y quizá resida precisamente en ese mueble gran parte del problema.


Durmiendo en tu enemigo: la cama

La perspectiva idílica que nos vende Hollywood −preciso, porque si la película es la típica expañolada progre suele ser una perspectiva animal, maricona, soez y/o de mal gusto, además de costarnos un Congo en impuestos− de una sesión de sexo en la cama con una maravillosa pareja puede convertirse en una pesadilla en un matrimonio, especialmente en invierno cuando el frío obliga a encerrarse bajo las sábanas.

Y no sólo en invierno, en verano puede ocurrir otro tanto si el contexto es el mismo de siempre, los mismos ritmos horarios, los mismos espacios, colores, olores, etc., de nuestra habitación. Creo no hablar sólo por mí mismo si afirmo que la cama puede convertirse en una prisión −yo llamo Sing Sing a la de mi novia, por su maldita costumbre de remeter el edredón tan a tope para dejar la cama impoluta que me impide moverme hasta el punto de provocarme claustrofobia−, por lo que romper rutinas es algo esencial, algo que quizá hagamos inconscientemente la mayoría cuando estamos saturados.

Pero no vamos a hacer aquí lo habitual, −que no es otra cosa que ir de problemólogos sexuales en lugar de ser solucionólogos− así que dejaremos que cada cual divague sobre sus propias experiencias displacenteras al respecto y vayamos al grano analizando las posibles causas de la crisis para anularlas.



Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio

En condiciones normales en las que uno gusta físicamente al otro, el problema se fundamenta −generalizando, obviamente− en la mujer (ahora va la Bibiolina Aído y me demanda), cuyo desequilibrio hacia el lado de la emocionalidad y sentimentalismo pone al sexo en un lugar equivocado.

Ya hemos hablado hasta hartarnos al respecto, pero conviene recordar que la mujer tiende a considerar que “hace el amor” aunque lo que haga sea una solemne guarrada, introducción de un chisme de plástico en sus agujeros inclusive, tal es el grado es necedad que ha alcanzado la especie humana en pleno tercer milenio. De esa desorientación mental surge la necesidad irrefrenable de encontrar en el sexo más de lo que el sexo puede aportar, y no digamos si uno es lo suficientemente tonto para creerse las paparruchas del tantra y esas leches orientales con las que presuntamente uno puede alcanzar no sé qué coño de nirvana. Confundir la realidad es condenarse a perdérsela, y consecuentemente confundir el sexo con el amor termina por destruir ambas realidades porque ninguna de ellas satisface las expectativas. Para entendernos, es como si quiero un melocotón que sepa a chorizo de Pamplona; aunque lo consigamos ni será fruta ni chorizo, será una puta frustración.

Conviene repetir también que el amar es estrictamente independiente de la sexualidad, y aunque obviamente en un matrimonio deberían coexistir ambos, no es menos evidente que en el amor paternofilial, el amor a Dios o el amor a los animales... el sexo ni existe ni debe existir. Luego el sexo es un componente del amor conyugal, no el amor conyugal.

Pero ¿cuál es el lugar del sexo en un matrimonio? Pues el del sexo, ni más ni menos. ¿Y cuál es el lugar en el que se practica el sexo en el matrimonio? Pues... cualquiera suficientemente discreto, pero desde luego no sólo la cama.


La Confusión ¿crisis o no crisis?


Si confundimos amor con sexo tenderemos a rodear la práctica sexual con una parafernalia romanticoide propia de adolescentes perpetuos, pero cuando pase el tiempo y la fascinación inicial disminuya, disminuirá igualmente en el matrimonio esa necesidad de venderse al otro para conseguir sus favores sexuales en exclusiva, a la mujer se le hará arduo el asunto de abrirse de piernas −sobre todo si es tan durilla que hace falta media hora para que tenga un orgasmo o él es un zarpas porque ya no le parece que está haciendo el amor sino echando un kiki, y el hombre, esclavo de este peaje romántico, puede llegar a percibirlo como una auténtica tortura que disminuya o anule su libido. O sea, ¿qué tengo que estar haciendo el idiota media hora para que esta se ponga a punto? Pues va a ser que paso, que tengo sueño y se me va a quedar el chiflo mustio con tanta bobada.


Al pan, pan, y al vino como leones

Si aceptamos que el sexo es el sexo, y que el amor se demuestra a lo largo de toda la jornada y toda la vida, ganaremos algo importante: poner las cosas en su sitio despejando confusiones, lo que nos permitirá centrarnos en la mejora de cada uno de ambos aspectos por separado, el café, el azúcar y la leche. De modo que, mujer, no pidas peras a un olmo, que te frustrarás. No pidas que una relación sexual sea una demostración de amor. Más besos no es más amor, más pasión no es más amor, más ñoñería no es más amor, más placer no es más amor; más amor es más apoyo, atención, ayuda, trabajo, comprensión y sacrificio por el otro durante toda la vida.

La mejor estrategia que conozco −además de no darle importancia− es atrapar tu propia mente, pero no para contener tu eyaculación, sino para evitar pensar negativamente en el sexo antes del momento de ponerse a ello. Si impides que se desarrolle cualquier pensamiento de autosabotaje, llegarás con la mente limpia a la cama, o te surgirá el deseo de repente en el lugar que sea, y el reflejo natural al ver a tu mujer desnuda o con un atuendo insinuante hará que te pongas en forma,;igual no como un felino, pero sí lo suficientemente excitado para romper la rutina con un rápido y exitoso kiki cinorgasmológico en la cocina, en un paraje de camino a cualquier parte, el asiento trasero del coche o una desconocida habitación de hotel.

Y mujer, no olvides tu parte: no autosabotees tus relaciones sexuales pretendiendo que sean lo que no son.

Espero vuestras causas de crisis de deseo y estrategias para superarlas, con ellas y otras ideas, prepararemos otro post.