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¿Estamos locos o qué? El amor no se consigue con una pastilla.

Imagino que este nuevo desvarío científico no llegará a ninguna parte, pero da miedo. Porque si sufres de estrés, depresión o cualquier otra dolencia psíquica, es probable que sea porque no estés enamorado, por lo que el psiquiatra te recetará unas pastillas y ¡voilá!, una nube de mariposas empezará a revolotear con alegre jolgorio en tu duodeno. Igual hasta somos felices y comemos perdices.

Lo que no dicen los lumbreras es si te enamorarás de tu mujer, de tu secretaria, o de tu amigo del alma. ¿Os imagináis? Vas a que el médico te  recete un tranquilizante para el estrés y te cargas tu matrimonio. ¿Elevaría al grado de pandemia la epidemia de anormosexualidad actual o nos llevaría a tontear con niñas de trece años como Sánchez-Dragó? ¿Las viudas de postín se enamorarían de su perro chochero?


Una cosa es que eso de lo que hablan no tenga ninguna relación con el amor auténtico (como siempre, recomendamos la lectura de la sección el Arte de Amar de este blog) -el que es conducta y no sentimiento-, que contribuyan a difundir la falacia del amor-sexo, que ya es bastante pernicioso para la sociedad porque desorienta la brújula de las personas, consiguiendo que deje de apuntar al norte cristiano que nos recordaba San Agustín: Ama y haz lo que quieras, abocándonos a su opuesto, al hedonismo, al egoísmo, la inmadurez y la irresponsabilidad. 

Otra muy distinta que su necedad les lleve a pretender eliminar el dolor del desamor sustituyéndolo por un estado de enamoramiento. La experiencia de dolor y sufrimiento es esencial para un desarrollo humano equilibrado y su evitación a toda costa nos arroja en las garras del suicidio como en el caso ahora negado -así se escribe la historia- de Cristina Onassis. Esperemos que a la mimada hija del cienciólogo Tom Cruise no le ocurra lo mismo.

Sin embargo, supongo que sin pretenderlo, los científicos mencionados aciertan cuando dicen que eso que llaman amor, está en el cerebro. El corazón es una bomba hidráulica.




Nos casamos enamorados

Esta semana escuché una historia que disparó en mí una concatenación de pensamientos me pusieron los pelos de punta; resulta que un caballero que se iba a casar en un breve plazo contaba que era divorciado, y que su anterior matrimonio había fracasado pese a haberse casado enamorados

No me cabe duda de que eso que llamamos enamoramiento es una estrategia de la naturaleza para garantizar la supervivencia de la especie. Piensen en un momento en los argumentos de los matrimonios que no quieren tener hijos o en los que sólo desean uno. En la mayor parte de ellos, en los países civilizados, los argumentos esgrimidos son recurrentes: tener hijos limita la vida, la libertad, los niños dan mucho la lata y consumen recursos que la pareja podría usar en su propio disfture...
Dado que soy partidario de ponerle pocos límites a la naturaleza humana tendría que ver el enamoramiento como algo positivo, sin embargo, pese a entenderlo así, observo no pocos peligros que conviene no dejar pasar inadvertidos.
El enamoramiento es una suerte de enajenación mental transitoria que dura alrededor de tres año y que literalmente anula nuestra capacidad de juicio crítico con respecto a la persona de la que estamos enamorados, como si a la naturaleza le importara un pito con quién nos reproducimos sino que nos reproduzcamos, cuanto más, mejor. 

De modo que si no nos planteamos friamente la capacidad del otro de amarnos más allá del periodo en el que cada uno trata por todos los medios de engatusar al otro para conseguirle, algo muy difícil de constatar antes de los tres años mencionados si el individuo no tiene un currículum verificable de participación en actividades de caridad cristiana, de catequesis, etc. -lo que obviamente tampoco es garantía absoluta, pero al menos nos informa de una persona acostumbrada a darse a los demás desinteresadamente-, podemos caer en el mismo error del divorciado al que escuché: creer que estar enamorados es precisamente la garantía de que el matrimonio perdurará felíz y contento.


Es después de los primeros tres años de relación cuando realmente empezamos a mostrarnos como somos -normalmente como nuestros propios progenitores- sin los disfraces de amantes solícitos y atentos de los apasionados comienzos que muchas veces tienen más que ver con la compensación de las propias carencias gracias a la presencia de las características en el otro de los aprendices de vampiro, de modo que aunque la naturaleza nos impulse a poblar el planeta, conviene poner los pies en el suelo y recuperar la sana costumbre del noviazgo largo, porque sólo entonces uno puede tomar la decisión de casarse con alguien a quien realmente conoce y tener hijos con quien no va a jugársela a la vuelta de la esquina.


 

La prueba del nueve. (Del amor verdadero)

Nada es absoluto −salvo Dios−, y esto que viene a continuación tampoco lo es, pero esa no es razón para que no digamos con rotundidad que se aproxima mucho más a la verdad absoluta que el resto de lo que la corriente ideológica tristemente dominante y en la que todos, en mayor o menor medida, estamos sumidos a pesar de nuestro dominio del crawl −hoy crol− y la braza. Ni Michael Phelps podría escapar a la consistencia de la corriente; así que si te descubres habiendo comulgado con ruedas de molino, no creas que es porque eres un lerdo, sino porque eres uno más de los miles de millones de seres arrastrados por la implacable mainstream −yo incluido hasta que me caí del guindo−; que nadie nace sabiendo más que mamar. 


A vueltas con el desayuno 

Como señala nuestro superhéroe, “...el amor sí es un sentimiento, un sentimiento que engloba otros muchos, una suma que tiene como resultado inequívoco un todo.” y Perseidas coincide en que “...yo pienso que el amor no es un sentimiento, ¡¡son muchos!!”. Lo que es tanto como decir que el café con leche es una mezcla de agua, aminoácidos, carbohidratos, minerales, grasas, cafeína... con inequívoco sabor a café con leche, aunque sin haberlo probado nunca. Eso sí, el agua, la leche, las pastillas de calcio que mamá nos daba por si acaso nos quedábamos canijos, los terrones de azúcar, la mantequilla y la clara del huevo −una de las fuentes más puras de proteína−, sí que han pasado por nuestro paladar. ¿Pero tienen algo que ver esas experiencias con la de tomarse un café con leche? ¿Si las mezclamos nos sale un café au lait o un flan de moka? ¿Cómo podemos deducir, que conociendo el sabor de sus componentes, el resultado inequívoco de la suma de ellos para quien nunca se ha tomado un café con leche es el café con leche? Y más aún, ¿tiene algo que ver la experiencia de tomarse un café con leche con la de hacerlo, aunque a nosotros no nos guste, para que lo disfruten otros? Hemos aprendido desde pequeños lo que es necesitar porque por pura supervivencia nos era necesario comer; también lo que es desear cuando −sin necesitarlo lo convertimos en necesario, lo que lo torna capricho− deseábamos un juguete; a sentir afecto −sentir que nos afecta− la presencia de nuestros padres y sus diferentes estados de ánimo; y a sentir aprecio y estima por −poner precio = apreciar, y poner en valor = estimar− lo que nos dan, por lo que hacen por nosotros, por sus valores revelados en sus conductas. Pero pervertimos el lenguaje y sus conceptos asociados, pervirtiendo la realidad misma a la que se refieren, cuando hemos confundido el necesitar aliviarnos de un calentón propiciado por la cercanía de una persona sexualmente atractiva, con el deseo y aún con el amor. Es obvio que confundimos el deseo con la necesidad, el azúcar con la mantequilla, y así parece que por más que presumamos de conocerlo, no hemos probado el café con leche. Creemos que uno o varios de sus componentes son el café con leche simplemente porque nos gusta mucho tomarlos. 


La parte versus el todo 

Acostumbramos a hablar del amor como algo referido al objeto del amor, pero debiéramos separar ese componente de ese presunto amor para ver qué ocurre en su ausencia y así tenerlo más claro. ¿Y si no hay objeto amoroso? ¿Hay amor entonces? ¿Puede amarse en vacío? 

Los más románticos dirán sin duda que sí, que se puede amar sin ser correspondido, y ésa es justo su trampa, la que les impide la experiencia verdadera de amar, una experiencia que posee una premisa sine qua non: es activa, no pasiva. 

Con esta sencilla prueba del nueve uno puede comprobar si entiende el significado absoluto del concepto amor o lamentablemente y aunque le cueste reconocerlo aún no tiene ni repajolera idea. 

Porque el presunto amor sin objeto no es más que necesidad reproductiva, o de apoyo o cualquier otra engalanada con la bella y hueca palabra amor; deseo, pasión, necesidad, soledad y otras carencias propias que buscan compensarse, que ante la imposibilidad de lograr, se convierten en etérea vinculación sentimental con el otro. Pero nunca hay conducta, y si no hay conducta, nada hacemos por el otro. 

Y si uno dice amar sin hacer nada por el otro, podemos comprender que eso se parece bien poco al amor −activo− que nos dedicaban nuestros padres, verdadero origen de la adaptativa idea humana de amar. 

Si el presunto amor es ese platónico sentimiento hacia alguien a quien no se puede acceder, no existe conducta, no existe acción, ni hábito, proceso, ocupación, afán, trabajo, cuidado... pero sí sentimientos, afectos, incluso pasiones. Pero si entendemos el amor como “(Pre)Ocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos” −Fromm dixit− ¿Podemos amarlo? ¿Puede un ecologista no ocuparse de mantener la biodiversidad? ¿Un pintor des(pre)ocuparse de los lienzos y pinceles? ¿Una madre o un padre no alimentar y ayudar a hacerse más perfectos a sus hijos? Si lo hacen, no aman, sólo utilizan esos objetos para su satisfacción personal. 

No, sin objeto amoroso no puede amarse; uno puede estar enamorado (enajenado transitoriamente) de una prostituta, desearla, apreciar lo que nos ofrece, necesitarla para desahogarnos o para que escuche nuestras penas; puede afectarnos su presencia, su simpatía y cariño, puede llevarnos al más elevado de los clímax, aunque sea a cambio de dinero; pero si creemos que todo ello es una evidencia de que nos ama, es porque estamos confundidos. 

Igual ocurre con las múltiples experiencias esporádicas de enamoramiento que casi todos hemos vivido, creíamos que amábamos porque sentíamos algo muy fuerte, aunque luego todo fue frustración, desilusión. 

Igual que un pintor no ama la pintura si no la practica exhaustivamente, 
si no estudia, investiga, conoce, sino que es un oportunista, uno no puede amar si no es un experto en el Arte de Amar. A mayor maestría, más capacidad de amar, más se puede amar. El inexperto es impotente.






Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve... Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor... Quien cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas, nada sabe acerca de las uvas. 
Paracelso.


La trampa lingüística: ¿amor o enamoramiento?

Dicen el lavanguardia.es (antes española) que... La ciencia se ha lanzado a descubrir los secretos del enamoramiento. Las últimas investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro han revelado que las personas cuando se enamoran pierden la capacidad de criticar a sus parejas al desactivarse las áreas del cerebro que tienen que ver con las emociones negativas. La neurobióloga e investigadora del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, Mara Dierssen, participó en una conferencia que trató estos temas y que sirvió para clausurar la Semana Mundial del Cerebro celebrada en la Ciudad Condal. Dierssen ahora desgrana en esta entrevista con todo detalle científico aquel tópico de que el amor es ciego, bellamente descrito en la mitología griega, y adornado con unas cuantas tonterías progres-feministoides. Pasen y vean:


¿Qué pasa en el interior de nuestro cerebro cuando nos enamoramos?

En las primeras fases del enamoramiento estudios de neuroimagen muestran que se desactivan las áreas del cerebro que tienen que ver con las emociones negativas. Y eso se podría interpretar que cuando estamos enamorados nos sentimos más fuertes, capaces de todo y las emociones positivas imperan, según la antropóloga Helen Fisher o el neurobiólogo Semiz Zeki.


Ya sabemos por otros estudios y por lo que ella misma señala a continuación que lo que se desactiva en el cerebro son las áreas responsables de la crítica social, es decir, que cuando nos enamoramos perdemos la capacidad de percibir los defectos del otro. Y lo que se activan son los mecanismos de recompensa cerebrales que producen sensación de placer y seguridad.






Entonces se puede decir que el enamoramiento  amor es ciego…


En cierta manera el hecho de que las áreas que tienen que ver con el juicio crítico social se desactiven proporcionaría una explicación neurológica de que el enamoramiento amor es ciego ya que cuando valoramos a la persona que queremos para nosotros, nuestra capacidad de juicio se reduce. Pero todas las fases del enamoramiento no son iguales y estamos hablando fundamentalmente de una fase relativamente todavía inicial.


Si pasas el cursor pulsado por el hueco entre “enamoramiento” y “ciego” y lees el texto con el nuevo término que aparece −el original del artículo−, caerás en la cuenta de la trampa lingüística en la que incurren y hacen incurrir a los incautos con este tipo de información −eso si ellos mismos no están desinformados, que es lo más seguro−, porque se confunde el amor con el enamoramiento ­­−algo que te sucede Vs. algo que haces; sujeto paciente/sujeto agente− dando lugar a ese relativismo en el que vivimos inmersos, basado en el desconocimiento y la confusión de algo tan esencial para el ser humano como es el amor, a pesar de la galáctica diferencia entre ambos conceptos.


¿Y qué queda de aquello del enamoramiento amor romántico?

¡Incluso en la literatura el enamoramiento romántico tampoco es eterno! De hecho desde un punto de vista biológico ese enamoramiento romántico requiere una inversión energética muy importante y nuestro cerebro está construido para poder habituarse a los estímulos. La habituación es un tipo de aprendizaje en el cual la respuesta frente algo novedoso va disminuyendo con el tiempo lo mismo sucede con las personas que conocemos aunque no estemos enamorados de ellas.


¿Se entiende mejor ahora que lo realmente valorable es la capacidad de amar y no la de enamorarse? Enamorarse puede hacerlo cualquiera, de hecho hay poca diferencia entre lo que experimenta un animal y una persona al respecto, pero amar es patrimonio exclusivo de los seres humanos más evolucionados, no de todos los seres humanos.


¿Usted como definiría el enamoramiento?

Desde un punto de visto neurobiológico el enamoramiento es una emoción compleja, un sentimiento privado que se acompaña de elementos de pasión, de deseo y de placer pero tiene diferentes fases según la antropóloga Helen Fisher. Y ese enamoramiento romántico y obsesivo daría paso a una emoción más compleja y elaborada que requiere la formación de lazos estables. Personalmente para mí el enamoramiento también es entrega, dar sin esperar a recibir nada a cambio.

Aquí la discrepancia es absoluta, porque esta neurocientífica confunde una conducta, un hábito −el amar− que se ha aprendido y desarrollado desde la infancia, con un sentimiento −el enamoramiento−. Y más aún, el enamoramiento ni siquiera puede considerarse un sentimiento ´stricto sensu´, sino una emoción. Y tal diferencia tiene implicaciones esenciales: un sentimiento no mueve a la acción, se experimenta y punto. Una emoción, por el contrario, nos mueve aunque no queramos, nos convierte en sujeto paciente de las circunstancias.



¿El proceso de enamoramiento entre el hombre y la mujer es el mismo?

Los trabajos de Fisher indican que el hombre tiende a ser estimulado más por señales visuales y de forma más constante, mientras que la mujer está influida por otro tipo de elementos. Por ejemplo, existen algunos estudios en los que se realizaron encuestas a estudiantes de un entorno universitario y mostraban que las mujeres tenían más preferencia por personas que denotaban capacidad de protección, un aspecto más tierno o una mayor intención de mantener una relación estable e invertir en ella y no por los que tenían el aspecto musculoso, que típicamente asociamos al concepto de atracción.


Una nueva confusión: ¿es que la mujer percibe esas señales de forma no visual?. El sesgo feminista que introduce la neurocientífica, el autor al que cita o ambos, al colocar en una categoría positiva a lo que hace la mujer partiendo de la suposición de que el “denotar” no es una categoría visual, es una clara manipulación −para variar− en detrimento del varón normosexual. Y estamos ya hasta los cataplines ¿no?




Una de las caras amargas del enamoramiento amor sobre todo quien la sufre y causa de ruptura de muchas parejas es la infidelidad. ¿Se puede hablar de una base genética de la infidelidad?

En cualquier caso si nos hemos de basar en el hecho cultural y en los perfiles conductuales que observamos en la población general parece que no se puede concluir que somos monógamos por naturaleza porque la tendencia es más bien a la promiscuidad sin que eso quiera decir que no podamos establecer relaciones monógamas y que no haya muchas parejas que lo sean.


Obvio, mientras uno pueda justificar una infidelidad como expresión de “amor”, está incurriendo en una conducta más que tolerable socialmente, incluso deseable por el mainstream progre dominante. Por eso existen personas que “buscan” el amor desesperadamente, enganchados a la droga del enamoramiento, creyendo que éste es en realidad aquel.


Entonces se puede concluir que somos un poco promiscuos…

Lo que está claro es que si hubiera por naturaleza una tendencia a la monogamia no existiría la poligamia. El perfil global de la población sugiere más bien que somos tendentes a la monogamia de forma cultural aunque tenemos también un componente de promiscuidad. De hecho, algunos investigadores como Tom Insel apuntan a que la monogamia no existe, aunque si puede existir una monogamia sucesiva, es decir, que somos monógamos durante un tiempo y luego cambiamos de pareja y somos monógamos durante otro tiempo.


Jejeje, esta chica (también) es booobaa, fijaos bien en su argumento: “lo que está claro es que si hubiera por naturaleza una tendencia a la monogamia no existiría la poligamia”. ¡¡Bravo, lumbrera, qué lógica aplastante la tuya!! Claro, y si por naturaleza hubiese una tendencia a trabajar, no nos pasaríamos el día tumbados a la bartola, como el desgobierno que padecemos.

¡No te jode!







¿Locualo?


¿Cuál es el origen del cáncer, la virginidad o la estupidez?




Pues sí, como puede colegirse de la imagen y website ut supra, actualmente vivimos en un mundo estúpido poblado mayoritariamente por gente estúpida y quizá tú formes parte de ese grupo. No pasa nada, yo también fui un estúpido, tranquilo. Dicen que rectificar es de sabios, y perdonarás que yo no me cuelgue la condecoración para darte razones con las que descalificarme si te duele la realidad. Si no perteneces a ese grupo, mi enhorabuena.



 
Vivimos en un mundo en el que se ensalza la fealdad frente a la belleza, la maldad frente a la bondad, la mala educación frente a la buena, los vicios frente a las virtudes, la anormosexualidad frente a la normosexualidad, las emociones animales frente a la razón humana, los valores recesivos frente a los adaptativos...

Un estúpido mundo en el que como ocurrió en la Unión de Repúblicas Sociatas Soviéticas (URSS) extinta de iure aunque lamentablemente no derrotada su irreductible fe ideológica, donde las hábiles y carniceras minorías logran imponerse por la vía de la conspiración permanente y obsesiva del mequetrefe de turno metido a mesías ávido de poder sin límites para ejercitar su venganza sometiendo a sus iras a un injusto mundo que le clasifica entre los débiles mentales. Un estúpido mundo triunfante frente a las derrotadas mayorías que ha logrado convertir en hegemónico su satánico catecismo para estúpidos.

Eso llamado el enamoramiento. Crónica de una humanidad prehistórica


Siento decepcionar a más de uno con este artículo; ya sé que soy algo aguafiestas, pero… ¿y si no lo dijera? ¿Y si siguiéramos basando nuestras relaciones en la química, en los flechazos y demás fantasías románticas que nos lleven casi con total seguridad de fracaso en fracaso hasta que se nos pasa el arroz? ¿Y si no terminamos por entender lo que es el arte de amar y pasamos por la vida sin experimentarlo? Si ya sabes que los Reyes Magos son los padres, va siendo hora de que te caigas también del guindo del enamoramiento.

Mientras la neurociencia sigue avanzando a buen ritmo e imparable, se mantiene vigente gracias al eco de medios de comunicación −revistas de psicología y autoayuda, magazines para adolescentes cronológicos y otros ya maduritos, medios de comunicación y quizá el peor enemigo: la descerebrante música moderna− este tópico fantasioso, pueril e idealista que además de confundir las mentes de los incautos, termina por convertir personas en meros objetos, las nuevas playstations de carne y hueso para entretener aburridos humanos poco evolucionados. ¿Quién dijo que los robots eran las únicas máquinas con inteligencias incipientes? Luego pasa lo que pasa.

El enamoramiento es un proceso perfectamente descriptible y que tiene tanto de similar con el amor como el tocino con la velocidad. No es broma, está claro que el tocino puede servir para engrasar los ejes de un carromato para que ruede más rápido. Igualmente el enamoramiento puede dar paso al amor, pero a palo seco tanto el tocino como el enamoramiento no sirven más que para llenar de residuos tóxicos las arterias en el primer caso y la mente en el segundo, convirtiéndonos éste en animales que se mueven según el viento que sople en lugar de decidir activa y reflexivamente a dónde uno se dirige.

Pero pasemos de la introducción a la descripción del proceso concreto del enamoramiento. Porque lo primero que hay que tener en cuenta es que no es algo etéreo, y mágico, procedente del arco de Cupido, sino un simple y hasta cutre proceso que sucede en los seres humanos como ocurre el proceso de alimentarse y es igual en las personas que en las vacas, los pájaros, los cerdos... ¿Maravilloso? Pues como que no.



El enamoramiento: EL PROCESO


1ª Fase: LA MOTIVACIÓN.

¿Cuáles son los motivos que nos impulsan a enamorarnos? Dejando aparte otras consideraciones como las similitudes anatómicas con los respectivos progenitores, en el estilo del vestuario, complementos, peinado, etc.; el individuo enamorable experimenta (sí, sí, no te engañes) alguna vivencia de carencia, como la soledad, el deseo de cambio en el caso de estar ya emparejado, el desvalimiento, las necesidades reproductivas, la inseguridad (oculta o no bajo un disfraz de seguridad u otros) y tiene en superar esas carencias los motivos para desplegar la segunda fase:


2ª Fase: LA APERTURA.

El individuo emisor muestra una apertura mediante su comunicación gestual y corporal: la mirada a los ojos, fugaz repaso visual a la anatomía del otro, contoneos, postura erguida, expresión de sumisión, victimismo...

Si el otro no muestra apertura ante nuestros mensajes no verbales, el proceso de enamoramiento se frustra limpiamente.

Si el receptor no encaja con el mensaje del emisor, las posibilidades de continuar el proceso también disminuyen.

Si el emisor encaja con el mensaje: algunos buscan inseguridad en el mensaje del otro, pero otros buscan seguridad, si el otro es la pieza del puzzle que se necesita, la pareja pasa a la siguiente fase:


3ª Fase: EL FANTASEO.

Ambos individuos fantasean brevemente acerca del otro, mientras tanto se disparan las secreciones de neurotransmisores relacionados con la sexualidad que predisponen a continuar el ritual. En la mayoría de los casos el fantaseo tiene una relación directa con el apareamiento, sea o no consciente o aceptado: miradas a las partes-diana (culos, tetas, entrepiernas…) u otras señales externas.


4ª Fase: LA CONFIRMACIÓN DE LA APERTURA.

Es quizá la fase más crítica, la verdadera piedra de toque de la continuidad de la protorelación. Suele presentarse también de forma no explícita: sostenimiento de la mirada a los ojos, gestos de invitación, acercamiento en el caso de los más osados, inicio de la conversación… 

En ocasiones esta fase se difiere si hay garantías de volver a ver a esa persona, a la espera de una nueva confirmación que nos evite el mal trago de un fracaso (¿Para qué si no están las discotecas, los bares de copas, las fiestas… verdaderas actualizaciones de las antiguas fiestas populares rurales agitadoras de la estabilidad y productoras de Caos?). 

En caso de que no existan esas garantías, el fantaseo termina diluyéndose con el paso de los días, aunque pueden quedar restos que se reactiven si accidentalmente uno vuelve a tropezarse con la otra persona.

Fijaos que hasta este momento −normalmente− cada uno no conoce del otro más que su aspecto exterior en un nivel consciente y de sus necesidades y apertura en un nivel inconsciente. De esta cuarta fase se pasa a la culminación del proceso:





5ª Fase: EL INICIO DE LA RELACIÓN.

Pensaréis a primera vista que aquí se mantienen muchas posibilidades de frustrar la relación, pero en realidad no es así. Aquí es donde la mayoría discreparéis conmigo, porque... ¿Y si descubro que el otro no es como yo imaginaba?

Es difícil que se frustre, porque ya he percibido de forma no verbal que el otro y sus necesidades encajan conmigo y con las mías.

Más difícil aún, porque como advierte Fromm en El arte de amar, es el momento de vestir el escaparate que mostramos al exterior con las mejores galas. Aquí mentimos como bellacos, no somos nosotros mismos, disimulamos, pasamos por alto cosas que en ningún caso aceptaríamos, nos adaptamos… todo con tal de continuar la relación.

Otro elemento añadido: la feniletilamina, esa dichosa hormona (la química) que nos sube a las nubes y nos mantiene allí durante dos años haciéndonos verlo todo de color de rosa y pasar al otro por el mismo tamiz.

La espera de la relación sexual: la expectativa cierta de lograr la consumación sexual hace que pasemos por alto desplantes, tensiones, desacuerdos, futuros poco alentadores…

La relación sexual consumada. La hiperdisponibilidad sexual de los comienzos establece un vínculo potentérrimo, en parte porque proporciona satisfacción a través de la secreción de hormonas que producen placer y relajación, en parte porque más vale lo malo conocido que volverse al mercado de las relaciones y experimentar de nuevo el vacío que el otro parecía que iba a llenar.

Ya lo veis, nada de mágico, ni romántico ni ideal, sino todo lo contrario. El enamoramiento es uno de los procesos más simplones de la existencia humana y sin embargo atrapa a la mayoría en una sucesión de enamoramientos-desenamoramientos inacabable, ávidos del siguiente tiro que nos lleve al éxtasis temporalmente, y más propio de personas sin más principios que el logro de su propia satisfacción que abundan en los tiempos que corren, que de la supuesta cumbre de la evolución animal: el ser humano. Gana poder aceptando la realidad.


Ahora, sed sinceros. ¿Cómo ha sido vuestro (último) proceso de enamoramiento? ¿Habéis sido capaces de pasar del enamoramiento al amor? ¿O pasáis de un enamoramiento a otro buscando la quimera de la “media naranja”? Yo entono el mea culpa para que nadie se sienta disminuido, que lo mío es la maestría en la Cienorgasmología, pero en esto del enamoramiento… soy (o era) un gilipollas más.

















Antes te hablaba de los Reyes Magos, ahora te pregunto ¿Te habías creído que lo del corazoncito y la flecha son realmente eso? Hace unos días hablábamos del Tantra ¿Te habías creído que ese símbolo es un tres con unos garabatos por la derecha?

¿Ya lo has pillado?