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Acompasarte con sus sensaciones en el sexo oral

imageYa hemos comentado alguna vez que la postura del misionero permitió un salto evolutivo enorme a la humanidad, porque puso la semilla de la relativa igualdad entre varones y mujeres. Gracias a la denostada postura, la mujer dejó de ser un mero objeto de la satisfacción sexual masculina vuelta de espaldas a cuatro patas como los animales y pasó a transmitir con sus expresiones faciales aquello que sentía, lo que obligó al varón a tenerla en cuenta precisamente por la imposición de la empatía sobre él, de modo que espejeaba sus expresiones de placer, indiferencia, despiste, dolor, desagrado… Las sentía en sí mismo. La Cienorgasmología, también lo hemos dicho ya, supone el siguiente salto evolutivo, pues obliga al varón a autocontrolarse y dedicarse de lleno al placer de su mujer antes que al suyo.

El conocimiento implícito y explícito en la sexualidad 2ª parte

Decíamos en la entrada anterior y en la anterior que uno de los principales problemas a los que se enfrenta un ciernogasmólogo a la hora de lograr provocar cien orgasmos por hora a su mujer es la ausencia de feedback. Sin información o con información confusa proveniente de su mujer uno no puede manejar adecuadamente los instrumentos de la orquesta femenina, algo parecido a si un director de orquesta ejecutara su trabajo con tapones en los oídos o escuchando heavymetal a través de unos auriculares. ¿Cómo sabría si está dirigiendo bien?

El conocimiento implícito y explícito en la sexualidad 1ª parte

La mayoría de las personas, si no todas, disponemos de conocimientos implícitos, y un ejemplo simple es llevarnos la cuchara a la boca cuando comemos sopa. A nadie se le ocurre abrir la boca para recibir una cucharada antes de tragar la precedente, por razones que sobra explicar. El momento de abrir la boca para la siguiente cucharada no es un conocimiento explícito, no pensamos en cuándo lo hacemos, probablemente nunca en nuestra vida adulta habremos puesto atención en ello, simplemente lo hacemos, lo que lo convierte en conocimiento implícito, automatismo sin intervención de la consciencia.

La sexualidad, ¿instinto o emoción?

Es obvio que la pulsión sexual es un instinto, que pertenece a ese tipo de habilidades innatas con las que somos dotados desde que somos concebidos y que permite la supervivencia de la especie, se trata de habilidades programadas básicas como comer, defecar, orinar, beber... y que se ubican en el cerebro reptiliano en el ser humano, que se corresponde con el primer escalón de la (chapucera) pirámide de Maslow.
Y, si es un instinto, ¿por qué se le da carácter de emoción? ¿por qué se asocia erróneamente con el enamoramiento y más aún con el amor? ¿Con qué objeto se realiza esta asociación? ¿De dónde sale esta asociación? 

El amor tiene tanto que ver con el sexo como lo que tienen de similar un huevo y una castaña. No, no es coña; es evidente que a pesar de que utilicemos este dicho popular para evidenciar diferencias, el huevo y la castaña comparten numerosos rasgos comunes: son alimentos, naturales, su morfología carece prácticamente de aristas, ambos tienen una cáscara no comestible y un interior nutritivo; ambos son precursores, el primero de un ave y el segundo de un castaño... por lo que podemos concluir que tienen un buen número de similitudes, y más si los comparamos con casi cualquier otra cosa: un vaso de vidrio, una lechuga, o un chip de memoria. 

Cualquiera que se haya introducido en nuestra amplia sección de El Arte de Amar (columna de la derecha) sabe que la sexualidad es un componente del amor conyugal (pareja tienen los animales), no a la inversa. Un componente que no aparece en ninguno de los otros ámbitos en los que se aplica el amar auténtico: a Dios, a los hijos, a la familia, a los amigos, a la naturaleza, al trabajo, al ocio... que también son similares entre sí aunque no exactamente iguales, porque aunque reflejan conocimiento, práctica, entrega, empeño, disciplina, constancia, etc., se observa en ellos precisamente la ausencia del componente de instinto sexual.



La sexualidad surge del cerebro más primitivo 

A la primera pregunta que nos hacíamos más arriba puede responderse que la sexualidad se confunde con la emoción porque el cerebro reptiliano es una estructura más antigua y más profunda en el cerebro humano, lo que significa que su activación repercutirá inevitablemente en otras áreas cerebrales de dentro a fuera, atravesando el sistema límbico o paleomamífero y llegando a la torre de control del encéfalo humano, allí donde se puede abortar una conducta o permitir su despegue: el neocórtex o cerebro neomamífero. Esto se puede entender más fácilmente si pensamos en el (mal) olor corporal: si apestamos a sudor rancio, el olor atraviesa las sucesivas capas de ropa, llega hasta la última y finalmente se filtra al exterior. El instinto sexual igualmente atraviesa las capas encefálicas sucesivas desde la más antigua a la más reciente, pugnando allí con los filtros morales por aparecer en el exterior en forma de conducta favorecedora de la conducta sexual. 



¿Te gusta conducir, o prefieres chingar? 

La segunda y tercera pueden responderse de manera simple: la sexualidad vende, y mucho. Vivimos en un mundo mercantilizado (afortunadamente, aunque con sus desventajas), en el que un producto tiene más éxito si es asociado al éxito sexual, al éxito reproductivo. 

Ético no es, claro, porque lo que consigue es desarrollar en los incautos una alteración en los mecanismos de recompensa cerebrales; en cinco palabras: desarrolla la adicción al sexo. Y como el heroinómano, o el alcohólico, tenderá a buscar la satisfacción de su necesidad de recompensa como los monos, por encima de valores adaptativos como la responsabilidad, la fidelidad, el respeto a la propiedad privada, la decencia, el pudor, la castidad, la dignidad, etc.; resumiendo: del “Ama al prójimo como a ti mismo”, frente al hedonismo “Yo, mi, me, conmigo, lo que me mola, y punto”. 



La siniestra haciendo de las suyas 

Y para terminar con las preguntas, ¿de dónde sale esta asociación? 

Ya hemos visto que surge del mercado, pero también de otros elementos ideológicos, fundamentalmente siniestros, socialistas con sus manifestaciones varias, infelices, frustrados, idealistas... que buscan algún modo de activar sus sistemas de recompensa, ante la imposibilidad de realizar sus ensoñaciones. 



La sexualidad cienorgasmológica 

No voy a afirmar que es posible una sexualidad instintiva, madura, responsable, libre en el sentido de adoptada en absoluta libertad... sin la intervención de las emociones, pero sí que la sexualidad en tanto que coherente con el auténtico amar− es más gratificante si surge del instinto sexual puro, sin cualquier otro tipo de interviniente como la necesidad de reproducirme −ya lo hice en mi momento−, de dominar, de ocultar mis inseguridades, de relajarme, etc. 

No, lo que debería proporcionar satisfacción a todo cienorgasmólogo es saber que está haciendo disfrutar a su mujer, no lo que él disfruta; aprovechar que el instinto llena a reventar de sangre a la amiga, y dedicarse −porque puede−, por encima y delante del propio placer, al de ella. 

Quizá por ello me repugne tanto la abyecta expresión “hacer el amor” y su extensión por parte de la cultura regre, porque se trata de una vana presunción de actividad cienorgasmológica proactiva, madura, libre y consciente, cuando en realidad es justo lo contrario: reactiva, inmadura, esclava e inconsciente, pura e-moción (etimológicamente: que te mueve hacia fuera) que anula el sutil y sosegado sentimiento; pulsión sobreactivada que lleva al insatisfecho a buscar su propia satisfacción, y, si hay suerte, como daño colateral, la de su mujer.


La Madre de Todas las Crisis

Rembrandt. El hijo pródigo
Iba a ponerme a escribir sobre la última de Las Cuatro Reglas, pero el panorama casi no permite a mi mente escapar del tormento que estamos viviendo y la perspectiva de la tormenta perfecta que se nos avecina. No soy de los siniestros furibundos que creen que La Madre de Todas las Crisis significará el final del modelo económico de libre mercado, porque sé que es el mejor y único viable si está fundado sólidamente en el Cristianismo Universal (Católico), pero sí una limpieza profunda de basura moral de origen protestante que dé lugar a regulaciones legales profilácticas que nos eviten sufrir este tipo de situaciones en el futuro. 

Sólo hay que pararse a pensar en la enfermedad para entender de lo que hablo: nadie hubiera investigado el cáncer, la gripe o el sida si no hubiesen existido; y no digo que el fin justifique los medios, sino que ante lo imprevisible o inevitable, el ingenio humano tiene capacidad para sortear los avatares más desagradables que además −como efecto colateral− nos catapulta un paso más arriba en la evolución; no es la primera vez que la búsqueda de un remedio proporciona cura para otro no previsto.




Últimamente he leído, cuando la actualidad me lo permite, el retroceso en el número de divorcios y separaciones a causa de la crisis; ya se sabe, cuando uno no puede independizarse para mejor, sino para mucho peor, puede acabar por aceptar lo que antes consideraba intolerable. Normalmente una trivialidad, pero inaceptable para un adulto cronológicamente pero crío mentalmente, carente de la saludable tolerancia a la frustración y al malestar. 

Hemos estado viviendo un período en el que la oferta superaba la demanda, no porque se hubiesen reproducido clones humanos a disposición del primer necesitado que pasase por allí, sino porque todo el mundo estaba en el mercado: solteros, ennoviados y casados. Nos relacionábamos con los demás como meros objetos sustituibles de consumo: ahora cambio los puntos por un nuevo terminal, luego me cambio de compañía, más adelante me paso a uno de los baratos operadores virtuales... simple y llanamente en la mayoría de los casos porque el nuevo produto nos gustaba más. Tenía las mismas prestaciones o tenía otras que nunca íbamos a utilizar, pero ¿qué importaba arriesgarse a perder lo conocido al cambiar si el mercado estaba saturado de novedades a disposición de cualquier bolsillo


Creímos que nuestro atractivo era suficiente para acceder a cualquier producto si el actual no satisfacía todas nuestras ilusas expectativas de regre prisaico, y que liberados, podríamos continuar nuestra vida sin quebrantos o incluso en un escalón superior. 

Todo era yo-mi-me-conmigo-miombligo, y lo que no se ajustaba a mi forma se ser y ver la vida, simplemente era desechado a la primera oferta ventajosa que apareciese. La cosa tenía que acabar así, porque la inmoralidad, en tanto que principio rector del pensamiento individual y la conducta se contagia a los grupos sociales, a las naciones y a todo el mundo globalizado. 

Algunos ya avisaban de que estábamos reproduciendo las escenas clave de la caída de los imperios egipcio y romano, pero estábamos tan distraídos viendo “Sin tetas no hay paraíso” o cualquier otro panem et circencis para borderlines, que no hacíamos caso a los malagoreros de siempre: la iglesia, el Papa, los “de derechas”, los conservadores, los meapilas... 

“Yo soy el más listo”, era y es aún, aunque ya con debilitada soberbia a causa del brusco aterriza como puedas en la realidad, el mantra a repetir. O lo que es lo mismo: “No hay Dios, yo soy Dios”. 

Los liberales más dogmáticos, realmente cóctel de sano liberalismo de la Escuela de Salamanca más el insano libertinaje protestante creador de hábitos-trampa que se vuelven contra uno mismo como un boomerang, opuestos a cualquier tipo de conservadurismo de lo esencial que nos ha traído hasta aquí, como el intento de borrar las raíces cristianas (por católicas, no por cristianas, porque los hijos pródigos son los de lutero) de Europa, despreciaban el supuesto dolor que sus desvaríos reptiloides sesentayochoístas causaban a sus familias, porque su placer estaba por encima de todo y, como decía en el inefable “Tus zonas erróneas” el esotérico guru Wayne Dyer, tus sentimientos al respecto son cosa tuya, padre, madre, cónyuge, hijo o quien sea que proteste por el perjuicio que se le causa. 

A más de dos no les quedará más remedio que aceptar al cónyuge pródigo, que vuelve a casa con las orejas gachas después de haber dilapidado fortuna y dignidad, pero no me digáis que no es para mandarle al guano. 

Aunque bien visto, si también más de dos encuentran −por fin− el verdadero sentido del verbo amar, habrá valido la pena tanto sufrimiento.


Capítulo 2 - Atrapar la Mente de tu Mujer: El toque manual



Sé pianista. Aprende a tocar las notas adecuadas.


He estado viendo en la tele al “Encantador de animales”. Es un tipo excepcional del que se puede aprender mucho sobre cómo educar a las personas. Aunque te parezca una burrada esta afirmación, así aprendemos gran parte de lo que sabemos y hacemos. El ser humano se distingue del resto de animales porque es capaz de desarrollar respuestas mucho más complejas a problemas mucho más complejos, intercalando entre estímulo y respuesta su mente, sus conocimientos y experiencias complejos.

Pero en las respuestas simples, como la mayoría de las que se desarrollan en la actividad sexual, no hay necesidad ni tiempo para procesos cerebrales elaborados. Ahí es donde tienes que poner la atención, en generar estímulos que “paren” sus respuestas automáticas como hace César con los chuchos mientras provocan otras nuevas y más eficientes. De paso vas a optimizar también las tuyas, con lo que dominarás tu excitación y tu orgasmo, serás dueño de tu placer y podrás prolongar los encuentros sexuales días enteros.



Atiende entonces. Si cuando estáis echando un polvito dejas el control de la mente de tu mujer en sus manos, repetirá los erróneos esquemas simples aprendidos, entrenados a base de repetición como los perros de Pavlov o los maleducados chuchos que llevan al centro de psicología canina César, se hará dueña de la situación y te llevará ella a ti por donde le interesa, con lo que el círculo vicioso se mantiene y refuerza. No lo hace con intención negativa, por supuesto, simplemente le sale así. Es una reacción. Así que ahora toca instaurarle reacciones más eficientes para generar un círculo virtuoso.

El primer paso para administrar adecuadamente el toque, como ya sabes, consiste en adoptar la posición cienorgásana para ganar movilidad y, sobre todo, evitar que caigas sobre ella. Obviamente, si estás recostado sobre ella no puedes usar tus manos con libertad. Formando ambos un ángulo aproximadamente recto con ella tumbada, tú puedes disponer libremente de ellas para hacer los toques que necesitas con el objeto de dominar su mente y con ello sus ritmos. Lo más normal es que ella quiera que te acuestes sobre ella, le gusta sentir tu peso, pero si cedes, has caído en la trampa; te ha cortado las manos. No cedas. Eres tú, como César con los chuchos, quien domina, que para eso eres el dador de placer y ahora su terapeuta sexual.

Si te dejas dominar ella se masculiniza y pierde posibilidades de obtener orgasmos femeninos, te conviertes en macho sumiso y tu papel pierde fuerza, te descafeínas, te feminizas, y pierdes eficiencia sexual. Ella sigue con sus respuestas condicionadas. Ya llegará el momento de “soltarse” un poco y que todo vaya fluyendo automáticamente; pero por el momento, vamos a cortar sus respuestas condicionadas por aprendizajes previos ineficientes.

Fíjate que César no “coge” a los perros cuando quiere dominarlos, sino que los “muerde” colocando su mano como si sus dedos fuesen colmillos. Es muy inteligente, porque no hace lo que él quiere, sino lo que el perro entiende. Tú quieres acariciar como a ti te proporciona más excitación. Tu mujer espera que la acaricies como a ella le gusta, está condicionada para experimentar respuestas de placer cuando se lo haces así. Pero, atención, el objetivo no es que tú te excites o que ella disfrute de las caricias, sino que tus caricias, tus toques, le lleven por donde tú quieres.

Ya tienes un primer estímulo que atrapará parte de su mente, tu nueva postura cienorgásana; es una novedad, y como tal le sorprenderá. Ahora “toca” diferente. Mira diferente. Aprovecha el momento porque ya hay bastantes novedades y estará sorprendida. Siente cuando tocas, siente lo que ella siente cuando tocas, aprovecha la distracción para hacer un empujón más lento y profundo, o más superficial, o uno que empuje todo su cuerpo con tu pelvis... y luego otro diferente, y otro...

Toca con tu dedo pulgar en las costillas flotantes, mírala, sigue sorprendida, -¿Qué me haces? -pensará. Cambia la penetración, hazla semicircular, por ejemplo; puedes hacerlo estando en vajrasana. Y observa y siente lo que ella está sintiendo. Si notas que vuelve a dispersarse, toca otra vez en otra parte, su cintura, por ejemplo. Y muévete diferente.

Ahora pon, por ejemplo, la palma de tu mano sobre su esternón, entre sus pechos, pero no de cualquier manera, sino sintiendo cada centímetro cuadrado que vas apoyando y la presión que estás generando, mientras te retiras rápidamente hasta dejar sólo la punta de tu cola dentro. Puedes apoyar la otra mano sobre la cama. Espera un instante. Mírala. ¿Te sigue? Bien, estás en la buena dirección. ¿No? Prueba otro toque. Sé natural y auténtico, no teatralices. Si finges, ella lo siente, le resulta desagradable y su mente se engancha en lo negativo.

Imagina que cuando tocas le transmites energía placentera, no seas un robot, espira cuando tocas, acompasa la espiración con el toque y el empuje. Pon intención en cada milímetro de movimiento y mililitro de espiración. Si se dispersa, cambia de movimiento y de toque. Di algo, no charles. Si charlas su mente se pira a la charla. No le preguntes; afirma. Ya sabes lo que puedes decirle, que es tu mujer, pero no te atasques en clichés guarros o ñoños, varía, siente lo que tu toque verbal masculino le produce y si consigues que sienta lo que quieres que sienta.

Cuéntame cómo van tus progresos. En la próxima entrega voy a hacer un listado de toques para que tengas más recursos.