La Cuarta Regla, el castigo, el amor y el sexo
Contra el romanticismo
Mejora tu vida conyugal limpiando de basura tu mente
La sexualidad, ¿instinto o emoción?
La Cuaresma y el sexo
Todo en esta vida empieza, se desarrolla y termina. No hay nada que permanezca igual para siempre. Las personas nacemos, crecemos, nos reproducimos, declinamos y morimos. Las empresas igual. El curso académico empieza en septiembre y acaba en junio. Sin embargo la vida no es simplemente cíclica, sino inevitablemente evolutiva. Realmente es un bucle recursivo ascendente, un muelle que parte de abajo y asciende imparable aunque periódicamente retroceda para tomar impulso. Podemos verlo igualmente en clave astrofísica, política nacional e internacional, en la historia, en el arte, en la música...
En este aspecto de la vida personal del que se ocupa este Blog ocurre otro tanto: las relaciones sexuales nacen, se desarrollan, se agotan y finalmente mueren. O lo aceptas o lo aceptas. Antiguamente estas etapas coincidían con las de la vida de cada uno, porque la gente daba valor a la palabra dada y al compromiso adquirido, pero en la actualidad la mayor parte de las relaciones amorosas mueren porque se agota la feniletilamina, la hormona que nos mantiene en un estado obsesivo compulsivo y de felicidad mientras dura. Dada la confusión entre el amar como compromiso activo y el enamoramiento hormonal reactivo difundido por la corriente intelectual dominante actualmente, el ser humano retorna a la animalidad, al estadío pre humano en que uno es movido por sus necesidades hasta que éstas ya han sido satisfechas y sus carencias cubiertas por el otro, sin lugar para el raciocinio ni la moral, hasta que el vampiro humano le ha chupado toda la sangre.
En ese momento, con el edificio de la personalidad consolidado gracias al alimento que el otro nos ha procurado vía (errónea en su nivel superior) Pirámide de Maslow, y en ausencia de compromiso consciente, voluntario y responsable (capacidad de responder al compromiso adquirido) de amar al otro en lo bueno y en lo malo, un nuevo objeto humano de consumo que parece cubrir nuestras nuevas o antiguas carencias o fantasías adolescentes viene a impulsarnos irresistiblemente hacia él. Este es el maravilloso y elevado concepto actual de amar.
Pues bien, a partir de estas premisas podemos hincarle el diente al tema que nos ocupa. Desde un punto de vista científico y laico, si no (he dicho si no, no sino, ¿eh?) pagano, la Cuaresma no tiene nada que ver con la señora de gesto agrio y estricta conducta definida por Pataletas Ruin-Gallardón para regocijo y algazara de los sinmente de turno, babeantes como tontos con una tiza, todo lo contrario. Para ilustraros con una metáfora el asunto os contaré que recuerdo que en mis tiempos mozos pregunté envidioso a un antiguo compañero al que llamábamos “pastelero” debido a su profesión, si se ponía o no morao de bollos con nata y chocolate. Me contó que sólo se comía una bamba de nata una o dos veces al día. ¿Sólo? Le pregunté incrédulo. Me explicó que durante la primera semana el dueño de la pastelería le dijo que se comiera todo lo que le apeteciese en el momento en que le diese la gana, que cometiese todos los excesos carnavalescos que quisiera... y como ya habréis supuesto acabó tan harto de zampar dulce que pasó de ver los pasteles como delicioso vicio a verlos como simple alimento.
Desde este punto de vista, la Cuaresma es el momento de prepararse para la resurrección, un momento que se nos brinda para recolocar nuestro umbral de sensibilidad, es decir, para recuperarla, para devolverla de la muerte a la que los hábitos sexuales viciosos la ha abocado. Porque si estamos tan hartos de pasteles que ya no nos estimulan suficientemente y terminamos por necesitar comernos los de otros, o comer pasteles en grupo, swingers, dominantes, sádicos, voyeurs, parafílicos, homófilos... para alcanzar la satisfacción en una espiral ascendente como la de cualquier adicción so pena de sufrir un espantoso mono, la Cuaresma aparece como un momento óptimo para frenar, retomar el asunto desde una perspectiva más sensual que sexual, más sentimiento que emoción. Es un momento para apagar las luces, cerrar los ojos y dejar que nuestras papilas gustativas se limpien de sabores explosivos, de ketchups y tabascos, para permitirles volver a percibir los sutiles matices naturales de una ensalada sin aliñar, de unas espinacas hervidas, de una manzana de cultivo biológico. Es un momento de sentir, de taaaaaaaammmmmmm, no de TAM-TA-TAM-TA-TAM carnavalesco. El ciclo de don Carnal ha terminado hasta después de Semana Santa, en que volverá por sus fueros veraniegos a calentarnos la sangre como cada año.
¿Cuarenta días? ¿Por qué cuarenta? Porque es el plazo mínimo que según algunos científicos y religiones necesita una red neuronal que genera un patrón erróneo de pensamiento, verbo y conducta para desactivarse por falta de uso en virtud de la plasticidad neural, mientras se activa una red neural dormida o desactivada que da lugar a otros patrones, esta vez correctos, de pensamiento, palabra y acción. Cuarenta días para recuperar la sensibilidad oculta bajo toneladas de su antítesis: la intensidad.
La Cuaresma es también un buen momento para recordar que eso que tenemos a nuestro lado, ¡oh, sorpresa, sorpresa!, es un ser humano, una persona; no objeto de consumo, algo que usamos y tiramos según nuestra conveniencia. Un ser humano que siente, que sufre, que anhela, que desea, que llora, que ríe, que se emociona, que se siente solo, que teme, que se equivoca, que perdona, que merece ser perdonado... igual que nosotros.
Está en tu mano pararte a reflexionar sobre tu vida, tu conducta y sus consecuencias. Ahora tienes una oportunidad. Es tiempo de Cuaresma. Aprovéchala.
El amor. El amar
Este del amor es un interesante debate para los tiempos que corren, fundamentalmente porque la mainstream impulsa a incautos, crédulos y sinmente, partidarios del “Dónde va Vicente...” a idealizar un concepto que nada tiene de esa sublimidad extática que erróneamente se le presupone. Por eso conviene prestar atención al asunto si uno no quiere ir por la vida repartiendo y recibiendo el dolor que supone el choque contra la tozuda realidad.
Sin necesidad de añadidos, el propio término amor conlleva intrínsecamente la trampa para la mente, pues lo define como cosa, algo que existe, que está en el aire, —el amor, la suerte, la oportunidad— que a uno le llega o no le llega, que lo encuentra o no, y que puede irse como llegó. Sin embargo, el amor real es acto voluntario, de decisión y compromiso; acto de amar, conducta, que convierte al ser humano en sujeto agente de su vida y que repetida se convierte en hábito. Es decir: amar es un PROCESO.
Por tanto no es correcto decir “Te amo” “Eres lo que más amo” o “Te amo tanto...”, queriendo expresar que aquello que se siente por el otro es lo más grande, porque amar no es un sentimiento, y el desconocimiento de la realidad que nombra garantiza precisamente lo que no se puede hacer, de lo que uno es incapaz, impotente, que es darse al otro para el otro y no para sí mismo.
Decir “te amo” oculta consciente o inconscientemente el significado real de lo que se experimenta: “te comía hasta las pelusas del ombligo”, “te quiero sólo pa mí y pa siempre o hasta que me canse”, “me pones a mil” o “que me voooyyy”. El falso amor es el amor del vampiro, que seduce para conseguir alimentarse con la energía, la vida, la sangre del otro. ¿Te amo porque te necesito? ¿O te necesito porque te amo, y sin ti, impotente, no puedo desarrollar mi capacidad de amar? Y vivir una vida sin amar porque no se sabe qué es vivir una vida inútil, estéril, infeliz.
No, no es correcto hablar del amar como sentimiento, porque no lo es, y se confunde con deseo, pasión, lujuria, excitación, morbo... que me suceden involuntariamente, convirtiéndome así en sujeto paciente de algo, no en hacedor, sujeto agente de mi vida y mis actos.
Decir amor paraliza el proceso del verbo transitivo amar (no es nada si no se complementa con algo, algo que amar) y lo convierte en intransitivo, lo vacía, lo inmoviliza, lo cristaliza y por tanto pervierte su significado real, verdadero, auténtico.
Y que amar no sea un sentimiento no significa en absoluto que en el amar matrimonial auténtico no se den la atracción, el deseo o el morbo; tampoco que no sean ellos los que nos conducen a la decisión y compromiso de amar, sino que estos son ingredientes del amarse en el matrimonio, pero de ningún modo lo sustituyen. Uno debe saber lo que es amar antes de atreverse a pilotar esa nave, porque si no lo sabes lo más seguro es que estés pilotando tu vida hacia el fracaso.
Para poder entender mejor este asunto, es interesante comparar este fenómeno con otros ejemplos de fenómenos lingüísticos igualmente perversos: igualdad, progreso, democracia, libertad, felicidad... Con ellos el político farsante activa los centros cerebrales del placer del oyente como ocurre con los ratones del flautista de Hamelin, produciendo sensaciones agradables en los que lo escuchan, aunque luego no exista un proceso real de igualdad, de progreso o de democracia sino todo lo contrario. ¿Os acordáis de la socialista República Democrática Alemana? El mismo que el caso del poder popular en Cuba o Corea del Norte. Ese intento de manipulación de las mentes ajenas a través de las palabras es el mismo que subyace en el amor. El término democrática o popular se convierte en etéreo, intangible, “bello”... radicalmente alejado de la realidad real; pero aun siendo palabra vacía, no pocos se arrojan al precipicio hipnotizados por su música. Algo que continúa ocurriendo hoy en día, lamentablemente, en muchas partes del mundo.
Para algunos amor es lo que el DRAE declara. Pero olvidan que este diccionario de referencia recoge el uso habitual que la corriente dominante le da a la palabra, pero no el significado real que definía el término en su origen, la realidad que nombraba. Y si uno desconoce la diferencia entre una realidad y otra diferente, realmente no conoce la realidad. Como en el ejemplo anterior, confunde sus deseos de democracia con la realidad antidemocrática, se conforma —como el traidor Cifra (Cipher, de Lucipher, ojo, ¿no lo ves aún?) en Matrix— con la palabra sagrada aunque viva en una tiranía, le da igual que su amar no sea real mientras sienta que sí lo es. Y sufre las consecuencias, que no son otras que perderse realmente la capacidad de amar y de ser objeto de amor verdadero, que es la experiencia cumbre de la humanidad, ser un infeliz toda la vida.
¿Dónde ha quedado, si no, la realidad a la que hacía referencia el término amor originalmente? ¿Se ha desvanecido? ¿Se ha extinguido? Y si existe aún, ¿qué nombre tiene?. ¿Lo vas viendo?
Si el amor fuera un sentimiento ¿qué valor tendría? (el que tiene hoy en día en la corriente dominante: “Te amo (mientras me intereses”)) ¿Por qué se tendría que considerar el amor un Valor esencial para el ser humano si no es otra cosa que búsqueda del interés propio? ¿Y si pudiera reproducirse ese sentimiento agradable por medio de una máquina, algo no desdeñable por utópico sino muy cercano en el tiempo? ¿dónde quedarían entonces el amor y el ser humano?. ¿Ya lo ves o aún no?
Sin embargo, el amar como proceso permite comprobar su aplicación real: me ocupo de ti, te ayudo con tus cosas, te apoyo cuando estás mal, me divierto contigo, te soporto cuando tienes tus crisis, espero con paciencia a que te repongas, te cuido, comparto mi vida contigo, creamos una familia... a pesar de que mis propias necesidades me demanden hacer otra cosa. No engañes ni te dejes engañaar; si alguien te dice que te ama, pregúntale inmediatamente ¿cómo haces concreta y específicamente el acto de amarme?
Como dice en Erich Fromm en El Arte de Amar (¡Quietas las vísceras!, el enlace es el único que tiene el contenido del libro gratis, para el que no lo tenga y no le llegue el presupuesto para comprarlo), amar es un arte, y como todo arte requiere compromiso, entrega, trabajo, disciplina, renuncia... Si no existen estos valores en el amor, lo que hay es un tipo de pseudoamor, vampirismo, pero no se ama realmente. Amarse es un verbo de acción que implica trabajar por el otro, juntos, por un gran objetivo compartido: perpetuarse, inmortalizarse, trascenderse a sí mismo, la eternidad.