EL VIRUS DEL PAPILOMA HUMANO (VPH) TIENE VACUNA.
Introducción al sexo anal. Para no ir de culo
Esto de utilizar el cucú para buscar y proporcionar placer es tan viejo como el mundo, aunque sigue siendo un evidente tabú, algo de lo que se habla muy poco y casi siempre mediante eufemismos dulcificadores, evidenciando precisamente que a una sociedad sana no le gusta hablar de ciertos temas fuera de los ambientes más íntimos, no vaya a ser que de tan normal acaben por oírlo hasta los niños, como ocurre ahora con la anormosexualidad.
Los necios −para variar− acusarán de hipocresía a los que practican el sexo anal pero no sólo no lo divulgan sino todo lo contrario −sobre todo si son americanos o de derechas− como si el hecho de que alguna actividad absolutamente normal como limpiarse el ojete después de jiñar fuera razón suficiente para introducirlo en las conversaciones cotidianas. Como si fuese normal introducir en una charla o una entrevista televisada el relato del último moco kilométrico que nos sacamos, o cómo miramos si el papel higiénico sale limpio después del tercer o cuarto frotamiento antes de pasarnos el moderno papel húmedo. Seguramente muchos de ellos serán de los que a chingar le llaman hacer el amor como si les diese vergüenza reconocer que la parienta se abre de patas chirri al aire y ellos culean como animales hasta que se alivian mientras ella grita como una posesa.
Así que como nosotros pasamos olímpicamente de alinearnos con los necios, hablaremos de lo normal con la madurez que se le supone a la gente madura, sin hipocresía, pero con la discreción y el tacto que una actividad de adultos no apta para menores merece. Y para empezar esta introducción al sexo anal qué mejor que advertir de los riesgos ciertos o potenciales, por ejemplo: ¿tendrá alguna relación el sexo anal con la meteórica divulgación de los diferentes tipos del terrible Virus del Papiloma Humano (VPH)? Si hay por ahí algún ginecólogo que hable ahora y nos lo aclare o que calle para siempre.
Parece evidente que el culo, que pertenece al aparato excretor, no ha sido diseñado por la naturaleza para la reproducción, por lo que las bacterias que viven en el recto no tienen por qué ser las más aecuadas para vivir en el aparato genital o en la boca; de modo que una higiene no escrupulosa quizá pueda regalarnos la agradable sorpresa de vivir toda la vida contagiando a los demás y probablemente morir, o matar a decenas de personas, sobre todo en el mundo menos civilizado: el más influido por el devastador socialismo como es lamentablemente el caso de la cheguevariana hispanoamérica ahora en riesgo de islamización o los países en los que las religiones recesivas son mayoritarias. Porque el VPH no se detecta con las rutinarias citologías y colposcopias de la habitual visita al ginecólogo −eso si existe ese hábito−, el VPH sólo se detecta si se realiza una biopsia del útero cuando el médico detecta o sospecha algo anormal. De modo que podemos, sin saberlo, contagiarlo a decenas o cientos de personas a lo largo de muchos años.
Los que hacen el amor pueden morir tranquilos porque al fin y al cabo habrán muerto por amor, pero para los que tenemos el cerebro en el sitio adecuado y en condiciones al menos un punto más que aceptables para vivir en sociedad, la cosa no puede tener otro significado que morir de vicio o de falta de higiene, o de ambos. En todo caso de irresponsabilidad: la incapacidad de dar respuesta a nuestras obligaciones. Y hablando de obligaciones, la mía es obviamente advertir de los peligro que el sexo anal genera antes de ponernos a hablar de practicarlo.
Y si el VPH ya es peligroso cuando se instala en el aparato genital que es periódicamente revisado en el caso de las mujeres ¿qué no será en el aparato excretor que no es revisado por un médico nunca o casi nunca? El VPH puede infectar el recto y desencadenar un cáncer de cólon sin que haya la más mínima posibilidad de detectarlo lo suficientemente a tiempo −ya se puede ver a simple vista− para ponerle remedio −si es que lo tiene− antes de que nos lleve al cementerio.
Lesión anal por VPH
Ah, para terminar de joder con esta introducción, hay que advertir que el preservativo no protege absolutamente el contagio del VPH, así que como en el caso del SIDA −como repite hasta la saciedad la incomprendida iglesia− un poquito de contención y fidelidad, que no somos meros animales y nuestros actos pueden tener consecuencias desastrosas para nosotros y los demás.
Sábado sabadete, kiki, siesta y diez minutos de orgasmete
¡¡Advertencia importante!!
No empieces a practicar estas técnicas sexuales in antes leer este post. Podrías sufrir serios inconvenientes en tu vida sexual.
El gatillazo masculino
La mente humana tiene un funcionamiento extraordinariamente curioso. Si oímos, por ejemplo, que los alemanes, los franceses y los ingleses chingan más veces por semana que nosotros, así sin más, sin ningún tipo de valoración o ponderación cualitativa, inmediatamente pensamos que tenemos algún problema.
De modo que si empiezo a hablar ahora de la autoconfianza, más de uno empezará a dudar si la suya es sólida o no y se la jorobaré un rato más o menos largo. Nadie tiene permanentemente y en todos los contextos una autoconfianza pétrea, ya lo sabéis y yo os lo aseguro. Recuerdo un multimillonario directivo de empresa transnacional humillado como un bobo ante mis bíceps (ande andarán, ¡snif!) en la piscina mientras que era yo el humillado en su despacho. En los momentos críticos de la vida la autoestima suele irse a tomar vientos también, así que es normal dudar de su solidez a prueba de bombas en toda circunstancia.
Este curioso fenómeno psicolingüístico (o sea: una jodida palabra provoca un jodido estado de ánimo) es algo parecido a lo que ocurre cuando tenemos insomnio: cuanto más intentamos dormir, más difícil se nos hace. Así que voy a hacer malabarismos lingüísticos para que vuestra mente masculina se quede con lo contrario. Para ello, hablaremos de la no autodesconfianza. ¿Vaya lío mental, eh?
El gatillazo ¿preludio de la impotencia?
Dice Traserete y coincide Caramón que “Las causas psicógenas de la impotencia suelen producirse al intentar forzar una respuesta sexual satisfactoria después de una pérdida de erección ocasional producida por factores irrelevantes. Este intento bloquea inmediatamente la percepción de los estímulos erotizantes cuando el paciente se fija únicamente en su erección, con lo cual impide que se produzca.”
En cristiano: ¿Quién no ha pegado un gatillazo alguna vez? Recuerdo en mis veinte años una experiencia terrible, tras una cena con unos amigos una chica de entre ellos se me ofreció y yo, por no hacerle un feo ;-), acepté. Se vino a mi casa a dormir, un pisito de estudiante soltero en la zona de Chueca-Malasaña, la más in de Madrid actualmente. La cosa pintaba genial, tenía un cuerpo impresionante y yo unas ganas brutales de comérmelo todito...
... Pues no hubo manera, ni esa noche, ni la mañana de sábado siguiente, ni en todo el día siguiente ni en toda la noche siguiente. Yo no sabía dónde meterme. No tanto por el sentimiento de impotencia, porque en aquella época tenía la autoestima sólida como un raíl de tren, como por perderme aquel delicioso bocado. Aún hoy no entiendo bien qué me pasó, si influyeron las dos cervezas que me tomé o qué. En ese periodo de estudiante me ocurrió otra vez, pero no lo recuerdo claramente, nunca le he dado demasiada importancia.
Mucho después (mogollón), hace unos cuatro años, un amigo multiorgásmico que sabía que yo era por entonces casi cienorgásmico, me propuso ser el amante madrileño de una íntima amiga suya, una de las Sex-Bomb (no era Yola Berrocal, por supuesto). Le respondí que yo era un respetable empresario y que no me iba a arriesgar a que me persiguieran los paparazzi del difunto Tomate, además de que uno tenía en su baremo femenino cierto mínimo intelectual. Pero como me extrañó que ella le pidiera una cosa así, le pregunté qué ocurría, porque una chica así de mona no debía tener precisamente problemas para encontrar amantes. La respuesta me dejó de piedra: todos los tíos con los que se acostaba pegaban gatillazo. Debía ser por la dichosa autodesconfianza.
Hace unos meses, mientras degustaba la delicia entrepernil de mi ex novia, noté que mi erección se iba al carajo. Ya lo había notado alguna otra vez, pero soy tan goloso que nunca le dediqué al asunto ni dos segundos porque me distraía del delicioso bocado. El caso es que en esta ocasión me dio por pensar que ya no soy un chaval... y que quizá esto algún día fallase y... cuando ella ya estaba harta de tanto orgasmear debió empezar a tener frío, así que me pidió que me pusiera encima de ella y usara la batuta un rato. Pues nada, oye, que tuve que decirme a mí mismo rápidamente: “¿Pero tú estás gilipollas o qué?” Borré de mi memoria RAM la información que me rondaba, le pasé el antivirus al archivo... y a tomar por saco el troyano. Me puse a disfrutar de sus exuberancias y aquello recuperó su vigor sin darme cuenta. Tras completar la faena me olvidé del asunto hasta el día siguiente, para encontrarme con la desagradable sorpresa de que habían quedado restos del troyano en la placa base... ¡pero no en mí, sino en ella!... “Que si ya no te gusto, que si qué te pasa, que si no se qué, que si no sé cuantos...” y aquí mi amiga más mustia que una lechuga de hace un mes. Así que mandé callar a la moza, mi amiga se puso en posición de ataque y le di un cienorgásmico repaso especial de esos que dejan el disco duro limpio como una patena de tanto disfrutar... hasta que me pidió por piedad que parase. Con ello terminé de rematar al maldito bicho. Hasta hoy.
Retomemos las palabras de Traserete ahora para comprender que un gatillazo o una ausencia puntual de deseo puede hacer que la confianza en la propia hombría se debilite. Que surja la autodesconfianza, que no es otra cosa que un malicioso troyano que se instala en tu sistema operativo y se hace con el control de tus soft y hardware. De tus programas mentales y tu cuerpo.
La solución
¿La solución? Como diría Occam, la más sencilla es la mejor. Ponte a pensar en que quieres que tu amiga se ponga dura y conseguirás lo mismo que cuando te empeñas en dormirte. Ni a tiros. Vale, y ¿qué hacer entonces?... Pregúntate: ¿qué me apetece hacer ahora? Y simplemente hazlo, disfrútalo. Haz lo que realmente te apetezca. Si no te funciona el truco a la primera, recuerda que no es cuestión de edad, sino de situación, y pasa de ello como de la pedorra Sex Bomb. No entres al trapo del virus ni por asomo, ponte a rezar sin parar veinte Padrenuestros, a cantar para tus adentros, a recitar la lista de los Reyes Godos o la Tabla Periódica, lo que sea; pero en cuanto detectes que el virus se cuela un instante en tu mente, no luches contra él; eso es inútil. Simplemente pon tu mente en otra cosa cada vez que ocurra, su olor (si huele bien, claro), la textura de su piel, su calor... instantáneamente o tan rápido como puedas.
Si lo dejas que se active más de un par de segundos disparará reacciones hormonales asociadas al miedo y a otras experiencias de fracaso, y esas no se pueden parar tan fácilmente, además de que dejan residuos en tu mente que necesitarás desparasitar concienzudamente más adelante. Para tu mente y concéntrate en su cuerpo, reza o concéntrate en tu respiración hasta que te quedes dormido de puro cansancio. Ah, y si lo que te pasa es que estás cansado y tienes sueño, que también es posible, lo dices, te duermes como un angelote campeón y punto pelota.
Ya sabes, simplemente... detén tus pensamientos inmediatamente y ponte a hacer lo que realmente te apetezca.