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Mejora tu vida conyugal limpiando de basura tu mente

El primer paso para conseguir poner al mal tiempo buena cara y atenuar los efectos desanimadores del invierno es poner a punto el cerebro. Quizá es precisamente el mayor ensimismamiento que produce esta estación constituye una especie de limpieza de la acumulación de basura mental −que ya sabemos que ocasiona el Alzheimer individual y social− esa especie de hibernación en la que la actividad frenética del estío decae. Pero ¿Por qué la llamo “basura mental”?  

La basura mental 

No, no voy a hablar de cero Zapatero, tranquilos. Lo que quiero es que imagines que tu ordenador se vuelve loco, el disco duro empieza a cobrar vida y en lugar de responder a las órdenes de tu teclado y ratón, comienza a funcionar independientemente. De repente surgirían −a medida que el procesador y la memoria de trabajo (RAM) lo permitieran− en tu monitor todas las imágenes, palabras, números... todos los sonidos en tus altavoces... se activarían la impresora, el escáner... 

El teclado, el ratón, el botón de apagado y encendido dejarían de obedecerte, volviéndose todo el sistema contra tus intentos de control. Eso es lo que le ocurre en ocasiones al cerebro humano; la cantidad de ideas, palabras, imágenes, cálculos, sentimientos, emociones, pasiones, afectos y fundamentalmente miedos, bullen sobre la consciencia, la torre de control, el lugar desde donde el ser humano maneja su disco duro, el inconmensurable almacén de inconmensurables datos almacenados a lo largo de la vida, impidiendo que se haga con el control de todo el sistema. 

Si alguna vez te has preguntado por qué los niños tienen esa increíble capacidad de abstraerse en un juego y olvidarse de todo, ahí tienes la respuesta: tienen menos información almacenada, menos miedos, responsabilidades y necesidades, y consecuentemente, menos basura mental perturbando la concentración de toda su capacidad mental en sus actividades. 

Esa misma ingente acumulación de información es la que cada noche construye automáticamente tus sueños en base a las vivencias de diferente intensidad y duración que han ido llegando a tu cerebro desde el momento de tu concepción, tus necesidades, tus alegrías, tus miedos y tus anhelos. 



Cómo lo ve uno mismo 

Imagina ahora, como si vieses por medio de una cámara que acelerase el paso del tiempo, que la consciencia eres tú mismo, y que la actividad de tu cerebro es la atmósfera. 

Desde tu punto de observación terrenal, el cielo no será otra cosa que una rápida sucesión o superposición de todas los infinitas tonalidades celestes, todos los tipos y colores de nubes, los relámpagos, rayos, lluvias, sonidos de vientos, objetos arrastrados por el viento, granizos, nieves, poluciones, aves, aeronaves, fuegos artificiales, la luna, el sol, los eclipses, cometas... mostrándosete en una rápida sucesión e incluso superposición. 

La cantidad de estímulos que se presentarían a tu vista te abrumarían, impidiéndote profundizar en la observación de ninguno de ellos, poco más o menos lo que ocurre con Internet (te llena más la cabeza de basura, y a eso lo llaman "Sociedad del conocimiento"). Sufrirías una visión sesgada de la realidad, superficial, atolondrada, a merced de los elementos, y desearías que todo aquello se detuviese un momento para tomarte un respiro.




Y ¿qué es lo que ocurre realmente en el cerebro? 

Ten en cuenta que ocurre −espacialmente− un poco al revés de lo que acabo de pedirte que imagines, en el cerebro la consciencia está en el neocórtex, la parte más exterior y evolucionada del encéfalo, mientras que el almacén de la actividad de tu cerebro en las partes más internas, el sistema límbico o mamífero, y aún más en lo profundo, el cerebro reptiliano. No es una descripción exacta, pero sirve para entendernos. 

De este modo, lo que conseguimos es que la consciencia-neocórtex se disocie de la información almacenada en los niveles más profundos del cerebro, algo así como lo que proponen algunas religiones orientales: el no-hacer del budismo zen, o hacer-sin-intención, sin implicarse en los fenómenos ni en los objetos de los sentidos. 

También como propone el hinduísmo: "Yo no soy mis emociones, yo no soy mi intelecto, yo soy sat-chid-ananda: conocimiento absoluto, experiencia absoluta, dicha absoluta, eso soy yo." (Vale, alguna cosa juiciosa también tienen)



¿Y cómo se hace para eliminar toda esa basura mental? 


Simplemente observándolo sin prestarle atención, sin dejarse arrastrar por sus 
elementos (truco de meditación budista zen y mindfulness, de lo poco aprovechable que tienen). 

Es decir, no te quedes absorbido por la lluvia porque, al ser tan cambiante, hace que en cada instante tu visión varíe, saturando tu memoria RAM; capturará tu mente, en suma. 

O sea: Disóciate de ellos, no te quedes atrapado por tus cambiantes pensamientos porque te esclavizarán. Simplemente obsérvalos como si fuesen meteoros y tú estuvieses sobre la tierra firme, sólida, consistente. 

Déjalos pasar uno tras otro sin prestarles atención y conseguirás dominar tu consciencia hasta unos límites que ya habías olvidado. 

Deja que tu consciencia de ser, libre, limpia, clara, observe los fenómenos atmosféricos que bullen en tu mente como si te diesen igual. Observa especialmente tus miedos, sé consciente de que aparecen en tu campo de atención, en tu mente, allá en las alturas, mientras tú estás, eres, ahí, en el centro, imperturbable, sereno y en paz. 

Si lo practicas, lo más normal es que alguna vez te descubras habiendo sido arrastrado por tu actividad mental y ello te cause desasosiego. Tranquilo, es absolutamente normal y hasta positivo, porque te permite contrastar la paz interior que proporciona la observación desapegada con los sentimientos a los que te arrastran determinadas ideas, normalmente sentimientos negativos, y más aún en esta época invernal que, además, viene acompañada de una crisis sin salida a la vista. 

Si practicas todos los días un ratito la observación de los contenidos de tu mente, unos cinco minutos −cuidado, que engancha− en cualquier momento (excepto cuando conduces y esas cosas, claro) te sentirás más consciente, más tranquilo, reducirás tu estrés, tus miedos, te enfrentarás a la vida con más seguridad y confianza, verás las cosas que ocurren sin implicarte en ellas y, lo más importante para nuestros propósitos, tendrás tu mente atrapada, dominada, sometida y subyugada por tu consciencia regia, a salvo de los torbellinos negativos que en estas fechas suelen echar leña al fuego de nuestras diferencias cotidianas.

Eso sí, no olvides que un idiota relajado sigue siendo un idiota, de modo que para asegurarte de no serlo, déjate guiar por Jesucristo, de esta forma serás un listo relajado. Y te ganarás la Tierra y el Cielo.


La Madre de Todas las Crisis

Rembrandt. El hijo pródigo
Iba a ponerme a escribir sobre la última de Las Cuatro Reglas, pero el panorama casi no permite a mi mente escapar del tormento que estamos viviendo y la perspectiva de la tormenta perfecta que se nos avecina. No soy de los siniestros furibundos que creen que La Madre de Todas las Crisis significará el final del modelo económico de libre mercado, porque sé que es el mejor y único viable si está fundado sólidamente en el Cristianismo Universal (Católico), pero sí una limpieza profunda de basura moral de origen protestante que dé lugar a regulaciones legales profilácticas que nos eviten sufrir este tipo de situaciones en el futuro. 

Sólo hay que pararse a pensar en la enfermedad para entender de lo que hablo: nadie hubiera investigado el cáncer, la gripe o el sida si no hubiesen existido; y no digo que el fin justifique los medios, sino que ante lo imprevisible o inevitable, el ingenio humano tiene capacidad para sortear los avatares más desagradables que además −como efecto colateral− nos catapulta un paso más arriba en la evolución; no es la primera vez que la búsqueda de un remedio proporciona cura para otro no previsto.




Últimamente he leído, cuando la actualidad me lo permite, el retroceso en el número de divorcios y separaciones a causa de la crisis; ya se sabe, cuando uno no puede independizarse para mejor, sino para mucho peor, puede acabar por aceptar lo que antes consideraba intolerable. Normalmente una trivialidad, pero inaceptable para un adulto cronológicamente pero crío mentalmente, carente de la saludable tolerancia a la frustración y al malestar. 

Hemos estado viviendo un período en el que la oferta superaba la demanda, no porque se hubiesen reproducido clones humanos a disposición del primer necesitado que pasase por allí, sino porque todo el mundo estaba en el mercado: solteros, ennoviados y casados. Nos relacionábamos con los demás como meros objetos sustituibles de consumo: ahora cambio los puntos por un nuevo terminal, luego me cambio de compañía, más adelante me paso a uno de los baratos operadores virtuales... simple y llanamente en la mayoría de los casos porque el nuevo produto nos gustaba más. Tenía las mismas prestaciones o tenía otras que nunca íbamos a utilizar, pero ¿qué importaba arriesgarse a perder lo conocido al cambiar si el mercado estaba saturado de novedades a disposición de cualquier bolsillo


Creímos que nuestro atractivo era suficiente para acceder a cualquier producto si el actual no satisfacía todas nuestras ilusas expectativas de regre prisaico, y que liberados, podríamos continuar nuestra vida sin quebrantos o incluso en un escalón superior. 

Todo era yo-mi-me-conmigo-miombligo, y lo que no se ajustaba a mi forma se ser y ver la vida, simplemente era desechado a la primera oferta ventajosa que apareciese. La cosa tenía que acabar así, porque la inmoralidad, en tanto que principio rector del pensamiento individual y la conducta se contagia a los grupos sociales, a las naciones y a todo el mundo globalizado. 

Algunos ya avisaban de que estábamos reproduciendo las escenas clave de la caída de los imperios egipcio y romano, pero estábamos tan distraídos viendo “Sin tetas no hay paraíso” o cualquier otro panem et circencis para borderlines, que no hacíamos caso a los malagoreros de siempre: la iglesia, el Papa, los “de derechas”, los conservadores, los meapilas... 

“Yo soy el más listo”, era y es aún, aunque ya con debilitada soberbia a causa del brusco aterriza como puedas en la realidad, el mantra a repetir. O lo que es lo mismo: “No hay Dios, yo soy Dios”. 

Los liberales más dogmáticos, realmente cóctel de sano liberalismo de la Escuela de Salamanca más el insano libertinaje protestante creador de hábitos-trampa que se vuelven contra uno mismo como un boomerang, opuestos a cualquier tipo de conservadurismo de lo esencial que nos ha traído hasta aquí, como el intento de borrar las raíces cristianas (por católicas, no por cristianas, porque los hijos pródigos son los de lutero) de Europa, despreciaban el supuesto dolor que sus desvaríos reptiloides sesentayochoístas causaban a sus familias, porque su placer estaba por encima de todo y, como decía en el inefable “Tus zonas erróneas” el esotérico guru Wayne Dyer, tus sentimientos al respecto son cosa tuya, padre, madre, cónyuge, hijo o quien sea que proteste por el perjuicio que se le causa. 

A más de dos no les quedará más remedio que aceptar al cónyuge pródigo, que vuelve a casa con las orejas gachas después de haber dilapidado fortuna y dignidad, pero no me digáis que no es para mandarle al guano. 

Aunque bien visto, si también más de dos encuentran −por fin− el verdadero sentido del verbo amar, habrá valido la pena tanto sufrimiento.


Estrategias para superar la crisis... de deseo


Al hilo del post anterior, vamos a reflexionar en este sobre las estrategias para compensar o superar las crisis de deseo sexual −porque mejorar la económica con esta panda de malvados e incompetentes, como dice Le Monde, es pura utopía− Un asunto este particularmente importante en parejas consolidadas porque genera sentimientos displacenteros a la hora de irse a la cama que se confunden con la ausencia de amor. Y quizá resida precisamente en ese mueble gran parte del problema.


Durmiendo en tu enemigo: la cama

La perspectiva idílica que nos vende Hollywood −preciso, porque si la película es la típica expañolada progre suele ser una perspectiva animal, maricona, soez y/o de mal gusto, además de costarnos un Congo en impuestos− de una sesión de sexo en la cama con una maravillosa pareja puede convertirse en una pesadilla en un matrimonio, especialmente en invierno cuando el frío obliga a encerrarse bajo las sábanas.

Y no sólo en invierno, en verano puede ocurrir otro tanto si el contexto es el mismo de siempre, los mismos ritmos horarios, los mismos espacios, colores, olores, etc., de nuestra habitación. Creo no hablar sólo por mí mismo si afirmo que la cama puede convertirse en una prisión −yo llamo Sing Sing a la de mi novia, por su maldita costumbre de remeter el edredón tan a tope para dejar la cama impoluta que me impide moverme hasta el punto de provocarme claustrofobia−, por lo que romper rutinas es algo esencial, algo que quizá hagamos inconscientemente la mayoría cuando estamos saturados.

Pero no vamos a hacer aquí lo habitual, −que no es otra cosa que ir de problemólogos sexuales en lugar de ser solucionólogos− así que dejaremos que cada cual divague sobre sus propias experiencias displacenteras al respecto y vayamos al grano analizando las posibles causas de la crisis para anularlas.



Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio

En condiciones normales en las que uno gusta físicamente al otro, el problema se fundamenta −generalizando, obviamente− en la mujer (ahora va la Bibiolina Aído y me demanda), cuyo desequilibrio hacia el lado de la emocionalidad y sentimentalismo pone al sexo en un lugar equivocado.

Ya hemos hablado hasta hartarnos al respecto, pero conviene recordar que la mujer tiende a considerar que “hace el amor” aunque lo que haga sea una solemne guarrada, introducción de un chisme de plástico en sus agujeros inclusive, tal es el grado es necedad que ha alcanzado la especie humana en pleno tercer milenio. De esa desorientación mental surge la necesidad irrefrenable de encontrar en el sexo más de lo que el sexo puede aportar, y no digamos si uno es lo suficientemente tonto para creerse las paparruchas del tantra y esas leches orientales con las que presuntamente uno puede alcanzar no sé qué coño de nirvana. Confundir la realidad es condenarse a perdérsela, y consecuentemente confundir el sexo con el amor termina por destruir ambas realidades porque ninguna de ellas satisface las expectativas. Para entendernos, es como si quiero un melocotón que sepa a chorizo de Pamplona; aunque lo consigamos ni será fruta ni chorizo, será una puta frustración.

Conviene repetir también que el amar es estrictamente independiente de la sexualidad, y aunque obviamente en un matrimonio deberían coexistir ambos, no es menos evidente que en el amor paternofilial, el amor a Dios o el amor a los animales... el sexo ni existe ni debe existir. Luego el sexo es un componente del amor conyugal, no el amor conyugal.

Pero ¿cuál es el lugar del sexo en un matrimonio? Pues el del sexo, ni más ni menos. ¿Y cuál es el lugar en el que se practica el sexo en el matrimonio? Pues... cualquiera suficientemente discreto, pero desde luego no sólo la cama.


La Confusión ¿crisis o no crisis?


Si confundimos amor con sexo tenderemos a rodear la práctica sexual con una parafernalia romanticoide propia de adolescentes perpetuos, pero cuando pase el tiempo y la fascinación inicial disminuya, disminuirá igualmente en el matrimonio esa necesidad de venderse al otro para conseguir sus favores sexuales en exclusiva, a la mujer se le hará arduo el asunto de abrirse de piernas −sobre todo si es tan durilla que hace falta media hora para que tenga un orgasmo o él es un zarpas porque ya no le parece que está haciendo el amor sino echando un kiki, y el hombre, esclavo de este peaje romántico, puede llegar a percibirlo como una auténtica tortura que disminuya o anule su libido. O sea, ¿qué tengo que estar haciendo el idiota media hora para que esta se ponga a punto? Pues va a ser que paso, que tengo sueño y se me va a quedar el chiflo mustio con tanta bobada.


Al pan, pan, y al vino como leones

Si aceptamos que el sexo es el sexo, y que el amor se demuestra a lo largo de toda la jornada y toda la vida, ganaremos algo importante: poner las cosas en su sitio despejando confusiones, lo que nos permitirá centrarnos en la mejora de cada uno de ambos aspectos por separado, el café, el azúcar y la leche. De modo que, mujer, no pidas peras a un olmo, que te frustrarás. No pidas que una relación sexual sea una demostración de amor. Más besos no es más amor, más pasión no es más amor, más ñoñería no es más amor, más placer no es más amor; más amor es más apoyo, atención, ayuda, trabajo, comprensión y sacrificio por el otro durante toda la vida.

La mejor estrategia que conozco −además de no darle importancia− es atrapar tu propia mente, pero no para contener tu eyaculación, sino para evitar pensar negativamente en el sexo antes del momento de ponerse a ello. Si impides que se desarrolle cualquier pensamiento de autosabotaje, llegarás con la mente limpia a la cama, o te surgirá el deseo de repente en el lugar que sea, y el reflejo natural al ver a tu mujer desnuda o con un atuendo insinuante hará que te pongas en forma,;igual no como un felino, pero sí lo suficientemente excitado para romper la rutina con un rápido y exitoso kiki cinorgasmológico en la cocina, en un paraje de camino a cualquier parte, el asiento trasero del coche o una desconocida habitación de hotel.

Y mujer, no olvides tu parte: no autosabotees tus relaciones sexuales pretendiendo que sean lo que no son.

Espero vuestras causas de crisis de deseo y estrategias para superarlas, con ellas y otras ideas, prepararemos otro post.